Esperando el tren en San Gimignano me abruman las emociones.
Gratitud.
Con mi mamá por ser tan generosa y por tener unas características ganas de dar.
Con la vida por dejarme vivirla en una familia como la mía.
Con la humanidad por haber construido pueblos, ciudades y países que poseen tanta belleza.
Tristeza.
Por separarme de mis amigos. Porque estoy llegando a la mitad de mi primera aventura en Italia y tengo
Miedo
de qué pasará cuando termine este año.
Pero al final el problema será ese “mis,” como si me pertenecieran.
Seguido se me olvida que nada es mío, y que la vida me presta personas y lugares. Los mezcla con el tiempo para prestarme memorias al crear experiencias que me causan felicidad. Al rodearme de seres que le dan luz a mi vida. Que me enseñan. Que me aportan nuevas perspectivas o visiones. Todo, al final, resultando en crecimiento. Y contribuyendo, espero, a completarme - temporalmente - a través de lo prestado.